Cien palabras de soledad

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Cien palabras de soledad

(Viaje por la última carretera del ártico)

Someternos al hielo, arrodillarnos, rogar por nuestra suerte, por la nieve, por el cielo moribundo. Sí, aquí todo recuerda a lo mítico porque el mundo sigue indomesticable, la tundra reza sepultada por la materia blanca. Los lagos están helados. La aurora refleja sus halos en el cielo. Y el hombre teme enloquecer.

Los samis, los pueblos indígenas del ártico escandinavo, inventaron alrededor de un centenar de palabras para definir la materia absoluta que los envuelve. Nieve blanda. Nieve dura. Nieve helada. Nieve vieja… La nieve domina los puntos cardinales. Es la cuna del niño. El patio del recreo. El suelo de la cabaña. El lecho de los amantes. El lugar del sacrifico. Protege la tierra, la aísla del tiempo. 

El sami, el noruego o el extranjero, están obligados a fundirse con ella, ser un copo más. Fueron los hombres del Sur los que trajeron otra palabra: la carretera. Y nosotros sentimos la sangre y el hielo frente a este kilómetro infinito engullido por las fauces de unos gigantes postrados entre las arrugas de su lecho helado.

La ruta 69 cruza por la parte más septentrional de Laponia noruega, hasta morir en el non plus ultra, tras 129 kilómetros. Hoy lo llamamos Cabonorte, o Nordkapp. Está a situado a más 71º grados al norte, pasado ya el último paralelo, en el extremo polar de la isla de Mageroya. Es lo más lejos que se puede llegar por asfalto. Por de encima de aquí no hay nada: tan sólo el archipiélago de las Svalbard y el salvaje hielo del ártico.

Este es el Sahara blanco. Aquí el humano se refugia, claudica. En ocasiones no distinguimos los límites, qué es cielo, qué es montaña, qué será mar. En ocasiones no distinguimos nuestra sombra, y el terror a ser secuestrados por lo absoluto nos invade. Cien palabras no bastarán para describir esta soledad, ni aún tomándolas prestadas del sami. Y como en un mantra aparecerá deletreado el silencio, el- silencio.

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Las fotos son de Daniel Alea.

 

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